Salento y el Valle del Cócora

Para enamorarme cada vez más del Eje Cafetero, nos adentramos en tierras quindianas, desde la “Perla del Otún” partimos a la tierra del Cacique Calarcá, la milagrosa, donde el Café es un néctar y un paisaje a la vez, donde te encuentras a miles y miles de Juan Valdez; me habían hablado de Salento y el Valle del Cócora, del hermoso paisaje cafetero y de la tierra del árbol nacional, la palma de cera.
Cogimos ruta desde la terminal de Pereira, una bella carretera nos esperaba, entre ventana y ventana los cafetales se asomaban, las plataneras saludaban; cuando el bus se detuvo en el bello pueblo de Salento ubicado en las entrañas del Quindío, un pueblo arriero y cafetero por excelencia, un frio delicioso, las chivas y gualas atravesadas en las calles.
Cuando subimos al mirador después de unas fatigantes escaleras, observamos el majestuoso Valle que la cordillera central nos regalaba, un rio casi virgen unas montañas con distintas tonalidades de verdes, un resplandeciente sol y al fondo un trio tocando música Colombiana, los vendedores de dulce y de café impregnaban el lugar, que para mí es el más representativo de Colombia en toda su esencia, nos descolgamos desde lo alto para llegar de nuevo al pueblo, una rica trucha me esperaba.
Como si ese paraíso no bastara, allí cerquita a 20 minutos está el Valle del Cócora un paraíso terrenal donde la Palma de Cera se erige como grandes rascacielos en una ciudad verde, pero para llegar allí tienes que ir al parque principal de Salento, montarte como puedas a las tradicionales gualas cafeteras, si te toco sentado eres un afortunado, pero si te toco parado atrás casi que colgado eres más afortunado, tras una repentina mojada por un clima variable  se puede observar desde esa angosta carretera los bellos paisajes que se abren en la tierra del “Café Café”.
Cuando se llega allí, unas imponentes Palmas mecidas y respetadas por el viento forman un bello Valle, un tapete verde se extiende hacia el horizonte un tinto para el frio y estas en el paraíso bienvenido…

Por: Andrés Felipe Gallego Muñoz

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